Fusilados y azotados en el Fuerte de la Federación

Como toda la frontera del entonces llamado "Desierto", estos pagos fueron escenario de duros encuentros con la naturaleza, de sangrientos combates con indios, de justicieras luchas con gauchos alzados, con desertores o con caudillos levantados contra la autoridad.
Lo fueron también de rigores derivados  de una vida ruda, áspera, inflexible.
Como lo era las sanciones, los castigos, las represiones.
Quienes caminamos hoy diversas latitudes de la ciudad y su contorno, no podemos saber con certeza si lo que en la actualidad es un paseo, un jardín, una escuela, llegó a presenciar la pena del azote lacerante, de la estaqueada ávida de sombra y de agua, o del fusilamiento, por delitos que en nuestros días merecerían tipos muy distintos de sanción.
Algunos hechos de esta índole han llegado a nuestros días:
En octubre de 1835, un piquete del Escuadrón de línea 2 que se dirigía a Federación, se sublevó. La respuesta de Rosas fue terminante: que cuatro de los rebelados fuesen ajusticiados en la plaza del Fuerte, en presencia de los restantes a los que se los recargó el servicio en cinco años. En el mismo mes murió por fusilamiento en la plaza pública el sargento primero de la Compañía de Dragones del Fuerte, José María Figueroa.
El ajusticiamiento siguiente respondería a un doble delito: deserción y robo. Cuatro soldados detenidos tras haber desertado del escuadrón de línea llevándose vestuarios y monturas, armamentos y municiones recibieron esta pena: dos de ellos fueron fusilados  y a cada uno de los restantes se les aplicaron trescientos azotes y tres años de recargo en el servicio militar.
Los indios hostiles tampoco podían escapar a la regla. Dos de ello aprehendidos fueron condenados "a la horqueta" durante 24 horas. Cumplida esa pena, un soldado habituado, por así decirlo, a la matanza de indios, los degolló.
La deserción agravada por el robo de dos caballos patrios y de once de "oreja entera", estos últimos de propiedad de oficiales del escuadrón, motivó en diciembre de 1836, el fusilamiento en la plaza pública de tres integrantes de la tropa.
En ese mismo mes, un robo en los almacenes del fuerte hizo que el autor principal del delito fuera sancionado con 300 azotes y seis años de recargo en el servicio, advirtiéndosele que de reincidir, se lo fusilaría. Sus cómplices recibieron 50 azotes cada uno y tres mujeres implicadas en el hecho, veinte azotes cada una.
El cabecilla del grupo, un tal José María Silva, reincidió y de acuerdo con lo que se le había anticipado, murió tiempo después por fusilamiento.

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