Elvira Rawson de Dellepiane: "No hay razones para hacerse sordos a nuestro reclamo!"

Compartimos aquí una conferencia brindada por Elvira Rawson de Dellepiane, destacada luchadora por la igualdad de los derechos para hombres y mujeres, quien hace referencia explícita a “estos cuatro mortales años de carnicería” que “han puesto de relieve las verdaderas condiciones de energía, de inteligencia, de abnegación, de patriotismo, de criterio y de voluntad de la mujer llamada a colaborar en la gigantesca tarea”.



Fuente:Telégrafo mercantil rural político económico e historiógrafo del Río de la Plata, Nº 37, domingo 27 de diciembre de 1801; en Telégrafo Mercantil, rural Político-Económico e Historiógrafo del Río de la Plata 1801-1802, Buenos Aires, Junta de Historia y Numismática Americana, 1914, págs. 306-307.

Señor Editor: ¿Por qué las Señoras del País no hemos de tomar alguna parte en los útiles trabajos de usted? Yo quiero concurrir por la mía comunicando a usted lo que pueda proporcionarme el tiempo de descanso en mis diarias ocupaciones de esposa, madre y cabeza de familia. Sea pues el primer fruto, la adjunta traducción libre de un rasgo moral, que me presentó un escrito francés, si merece la aprobación de usted no le faltará un lugarcito en su apreciable periódico, y continuará sus buenos deseos.

La amante de su Patria.

Retrato de una Señora respetable

Mujer dichosa, su felicidad es ignorar lo que el mundo llama placeres; su gloria es vivir en las obligaciones de esposa y de madre: ella consagra sus días a la práctica de las virtudes obscuras: ocupada con el gobierno de su familia, reina sobre su marido por la complacencia; sobre sus hijos por la dulzura; sobre sus domésticos por la bondad; su casa es la morada de los sentimientos de la religión, del amor conyugal, de la ternura materna, del orden, de la paz interior, del tranquilo sueño, y de la salud: ecónoma y sedentaria aleja de su habitación las pasiones y las necesidades: nunca despide sin consuelo al humilde indigente, que se acerca a sus puertas, y el hombre licencioso jamás osa ponerse en su presencia: ella tiene un carácter de moderación y de dignidad, que la hace respetar: de indulgencia y de sensibilidad, que la hace amar; de prudencia y de entereza que la hace temer: ella arroja de sí un calor apacible, y una luz pura, que alumbra y vivifica cuanto la rodea: ¡Mujer feliz! ¡Qué preciosa eres a los ojos de la Religión y de la Filosofía!

Conferencia de Elvira Rawson de Dellepiane, 6 de octubre de 1919

Fuente: Revista Nuestra Causa, Nº 6, 10 de octubre de 1919, págs. 130-132; en Edit Rosalía Gallo, Nuestra Causa, Revista mensual feminista 1919-1921, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones Históricas Cruz del Sur, 2004, págs. 79-84.

Se realizó el 6 la primera del ciclo de conferencias, anunciado por la Asociación Pro Derechos de la Mujer,  a cargo de su presidente, doctora Elvira Rawson de Dellepiane, en el ateneo Hispano-Americano.

Ante una selecta concurrencia que llenaba por completo el amplio salón, la doctora Dellepiane fue presentada por el doctor Alfredo L. Palacios, quien expuso con elogiosas palabras la acción importantísima que ella desplegó en brega por la emancipación de la mujer durante los últimos diez años.

Acto continuo ocupó la tribuna la doctora Dellepiane, disertando su anunciada conferencia sobre la “Importancia Social de la Mujer”. A continuación publicamos una parte de la extensa conferencia que la doctora Dellepiane disertó durante casi dos horas, siendo interrumpida a menudo por largos y bien merecidos aplausos:

“Agradezco al doctor Palacios sus elogiosos conceptos, gentileza muy suya y digna de tan caballeresco aliado.

Y a los dueños de esta casa, donde tantos intelectuales de nota han dejado oír su voz, les agradezco su generosa hospitalidad para quienes como nosotros vienen a formular pedidos de reformas legales y plenitud de derechos. Pedidos que sabemos serán resistidos, reformas que sabemos no serán fáciles de conseguir para cuyo logro deberemos desenvolver una ruda labor.

Pero estamos dispuestas a afrontarla, seguras de la justicia que perseguimos y de que no será posible que en esta enorme evolución social efectuada en el mundo entero, la Argentina quede estacionada.

Ha afianzado nuestro anhelo, traducido en mil formas temerosas años atrás, el éxito obtenido por mujeres en Europa y Norte América.

¿Si en Inglaterra, Francia, Alemania, Norteamérica, Italia, Suecia, Noruega, Australia, Finlandia y hasta en el Transvaal se ha concedido a la mujer los derechos políticos, y reformado en beneficio suyo muchos de los absurdos llamados “legales”, de códigos dictados sin consultar su opinión ni su interés, qué causas podrían impedir o retardar igual decisión a nuestro respecto, de parte de nuestros legisladores?

Si las necesidades de los horribles momentos pasados en estos cuatro mortales años de carnicería, han puesto de relieve las verdaderas condiciones de energía, de inteligencia, de abnegación, de patriotismo, de criterio y de voluntad de la mujer llamada a colaborar en la gigantesca tarea, no puede pensarse ya más que careza de estas mismas condiciones en su tranquila colaboración del hogar, de la fábrica, de la industria, de la educación, de los asuntos de interés público.

Factor ponderado de vida, energía consciente, inteligencia cada día más cultivada, lógicamente debe buscar el centro de equilibrio que le corresponde en su nueva movilidad y en el nuevo ambiente.

¿¡Que muchas nada piden ni quieren!? ¿¡Que miles nada saben ni piensan!? ¿Puede lo ilógico, lo absurdo barrer el camino a la verdad y la justicia?

¿Ha sido para el hombre un obstáculo a su reconocimiento y goce amplio de personería y derecho, ese mismo ausentismo de criterio y conciencia que les es tan común como a nosotros?

¿Los defectos o fallas de una parte cualquiera de la humanidad pueden y deben pesar como lápida mortuoria para el inmenso número que está libre de ellos?

El temor de una problemática “incapacidad” no autoriza a negar derechos so pretexto de que no se sabrán usar, cuando se trata de mujeres, concediéndolos plenos en cambio cuando se trata de hombres, sean o no capaces.

La fuerza instituida en tirana, -so pretexto de proteger debilidades que no son tales-, pudo tolerarse en épocas de ignorancia, y cuando el hombre era el principal factor de progreso y trabajo.

Pero ahora, en que la fuerza, la acción, la inteligencia están equilibrados en uno y en otro sexo, pretender perpetuar el despojo sería algo más que injusto,  inicuo e indigno de hombres honestos y conscientes.

Se pretende que la concesión de los derechos civiles y políticos de la mujer, manumitiendo de la tutela del hombre harán que la primera sea una rival, una enemiga del hombre y abandone su hogar y olvide sus deberes de esposa y madre.

¿La mujer que va a la fábrica, al servicio doméstico, al trabajo en los campos, en los talleres, en el comercio, en las oficinas, en las escuelas, en las profesiones deja de ser esposa, de ser madre, de cuidar del hogar?

¡Si precisamente la inmensa mayoría de estas trabajadoras se sacrifican por ayudar al esposo a sostener ese hogar que les es tan caro, por allegar para los hijos lo necesario a su subsistencia! (…)

De todos modos es sugerente el hecho de que el cuidado y la protección masculina quiera ser tan previsora y vigilante cuando se trata de dar derechos, y acepte tan complaciente y aun exija la colaboración material de la mujer en los trabajos, sin escatimarle los más rudos –eso sí por proteccionismo seguramente- pagándoselos menos.

¡Se pretende negarnos el derecho al voto y a interesarnos y colaborar en asuntos de interés público so pretexto de que no hacemos el servicio militar y pagamos el derecho de sangre!

¡Y las vidas que con nuestras vidas creamos! Y los tiernos y adorados fusiles de carne que amorosas mecen nuestros brazos y amamantan nuestra savia, y que dan a la Patria su labor y esfuerzo para hacerla grande y próspera, ¿no valen por millones de los mortíferos cegadores de vida que empuñan las manos del hombre?

¡No! ¡No hay razones para hacerse sordos a nuestro reclamo!

Si el egoísmo y la ignorancia de otros siglos pudieron hacer leyes de injusticias, es tiempo ya que la propia dignidad del hombre actual le haga borrar toda anomalía, toda diferencia de codificación, y darnos lo que en legítimo derecho nos corresponde.

Y por eso venimos a pedir todos los derechos civiles y políticos, al igual de los que tienen los hombres.”

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